sábado, 5 de diciembre de 2009

El fracaso de los gobernantes.

Cierta vez mi abuelo, en uno de sus pocos momentos de locuacidad, me comento: “No te cases con nada, toda las ideas se corrompen. Coge lo que necesitas y maricón el último.” Y de eso mi abuelo sabía mucho, con una asquerosa guerra civil (si no lo son todas las guerras) por medio, una posguerra y la caída de sus ideales comunistas; era experto obligado. Con esto se me hace difícil entender comportamientos tan partidistas, condicionales y sectarios en nuestros representantes parlamentarios. Se adecuan en un bando, preparados para resistir el asedio de toda idea contraria a su doctrina. Se convierten en seres maniqueos, defensores de causas desfasadas y patriotas de pueblos extinguidos. Gobernantes y aspirantes defienden intereses obsoletos que venden a bajo precio a un pueblo cansado de tanta demagogia barata. Lo malo es que sobreviven por qué hay gente; personas normales, ni más tontas, ni más listas que los demás, que compran, tienen fe en las vanas promesas políticas. Necesitan asirse a un sostén para poder dirigir su mirada al futuro.
Encuentro tan superfluos los intereses de la nación como los de un pato mareado delante de una manzana y una lechuga. No existe correspondencia biunívoca entre nación y pueblo. Nos hemos dejado deslumbrar por una joven democracia, pero seguimos teniendo los mismos viejos zorros en política de zancadillas y el todo vale. Necesitamos urgentemente un impulso y éste sólo puede provenir de una sociedad interesada, voluntaria, política (somos seres políticos manifestaba Platón) y con convicción en avanzar por el camino de la incerteza.
Dejemos de ser sujeto, pasemos a ser acción. En definitiva Dios hizo el mundo gracias a la palabra, más concretamente al verbo. Porqué no seguir su ejemplo.