viernes, 15 de mayo de 2009

Verdad relativa

¿Hacía donde vamos?
¿Qué motivo tiene nuestra existencia?
¿Realmente somos libres?
¿Nuestro pensamiento más profundo está condicionado?
¿Dónde estamos?
……
Preguntas que heredamos desde el comienzo de los tiempos, cuando alzamos las patas delanteras y destinamos más energía a nuestro cerebro que cualquier otro animal vivo, catalogándonos pretenciosamente de homo sapiens. Aunque dudo que el
apelativo de sapiens pueda ser referido a nuestros políticos, viendo parte del ridículo y espantoso espectáculo en el último debate sobre el Estado de la Nación, de verlo entero habría acabado en cuidados intensivos con diarrea mental transitoria.
Cuestiones aún vigentes hoy día, pero que la gente rehúsa formularse. Es difícil en la vida cotidiana poder establecer una conversación sobre estos temas sin que te tachen de extravagante o “tío raro”; que con los problemas diarios y la “puta” crisis ya tienen suficientes dificultades cómo para comerse el tarro en esas gilipolladas. Transcender del tópico del futbol, coches, cotilleos varios y mujeres es difícil, y es que hablar de temas que no se tocan en esa gran enciclopedia del saber cómo es la televisión es una odisea.
Y así, no encuentro más consuelo que el de leer sobre el tema, es decir sobre la vida misma, entre los filósofos clásicos, teorías físicas y cualquier opinión critica con sentido. Y a partir de ahí especular con las ideas que rondan por mi cabeza, que siempre son muchas y desordenadas.
Últimamente, el único modo de ordenar mis ideas es plasmarlas en papel (es una frase hecha, en realidad tecleo) y no siempre para confirmar las ideas vigentes y establecidas, con eso me refiero que me encanta darle la vuelta a la tortilla y no dar por supuesto nada. En realidad chapuceo entre conceptos que ni yo mismo acabo de entender, pero no por eso se me suprime el derecho a opinar conceptualmente sobre cualquier idea o teoría, porqué parto de la base que no existe una verdad absoluta.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Echo de menos...

Cómo echo de menos aquellas tardes de toros, donde mi abuelo preparaba su mejor porrón de vino a su costado y atendía a la televisión con sumo detalle. Aún no existían toda esas asociaciones antitaurinas y por la RTVE emitían el espectáculo taurino sin complejo alguno. A veces se agenciaba un buen trozo de tocino, del mismo que tenia prohibido consumir por prescripción médica. “Mire Vitorino que tenemos el colesterol por las nubes, que de ahí a una embolia hay un paso.” decía el medico en el vano intento de convencerle. “Que coño sabrá ése matasanos, buenos andaríamos si no pudiéramos comer bien pá cuatro días que me quedan en está condená tierra, a la porra con el medico y su mardito colesterol.” A eso que sacaba su navaja y hacía sonar sus siete muelles bien engrasados. Tajo va, tajo viene, el tocino caía entre comentarios críticos sobre los toreros de hoy en día. A un servidor le tocaba jugar en silencio y sin molestar con respeto de antaño se tenía a los mayores.
Echo de menos las historias de mí otro abuelo, Joseico el rubio lo llamaban, rojillo de joven y decepcionado apolítico de viejo. Un hombre que vivió la guerra civil en un campo de concentración con un pie en la celda y otro en el paredón. Mi padre solía decir que mi madre nació con la mala leche que llevaba el hombre al salir de la prisión. Con su novela del oeste de Epifanía bajo el brazo y su mirada extraviada desde la muerte de mi abuela, pero sin ninguna queja por las malas pasadas que te gasta ésta perra vida cuando quiere.
¡Dios cuantas preguntas perdidas e historias olvidadas por culpa de mi juventud!