miércoles, 21 de septiembre de 2011

La partida y la deuda.

Una tarde gris y apagada de frío invierno, de esas que lo único que te apetece es acercarte al máximo a la estufa de gasoil  y jugar una simple partida de ajedrez. En una de esas tardes.  Mi abuelo me contó una de esas historias que sólo la gente mayor, la que lleva un saco cargado a la espalda y soporta el dolor te puede contar.
Mira niño, en este perro mundo, al principio crees que eres como ese rey que tienes en la mano. Altivo, vanidoso y seguro de ti mismo. ¡JA!. No existen reyes donde esconderte, son máscaras. Hermosas máscaras llena de promesas, de sueños y engaños. En realidad no somos más que peones. Y ni siquiera dios, si existe, sabe quién controla las piezas. Porque el rey, bajo su majestuoso aspecto también es un puñetero peón, aunque viva de puta madre, eso sí.
En la guerra, corría una historia en la compañía de asalto. Se decía que había una bala, una jodida bala que llevaba tu nombre escrito, grabado en el frío plomo. Esa bala nunca fallaba y cuando aparecía no perdonaba. Se preguntaba quién escribía el nombre de la víctima en ellas. Los razonamientos eran extensos y complicados a causa del miedo y el alcohol.
¿Dios? A la mierda con él. Ése no escucha ni sus propios eructos, como para  interesarse por sus malditos pedos.   No hijo, no. 
¿El destino? Una puñetera partida de dados amañada. ¡No!
 Simplemente es el impuesto de la vida.  La eterna deuda del ser humano y, su único pago, la muerte.
Aquel día gané mi primera partida a ajedrez con mi abuelo.

1 comentario:

  1. Cierto es "como la vida misma" que todos tenemos una bala con nuestro NOMBRE !
    La mano ejecutora ...., EL DESTINO !

    Muaka ! Afro!

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