domingo, 1 de junio de 2014

La tierra es plana.



Por idiosincrasia  o por empirismo inducido siempre he sido muy escéptico en todas las idas y venidas de ideas que produce nuestra sociedad.
Decía mi abuelo: “De lo que te digan créete la mitad, y de esa mitad, duda la mitad” Y con eso y un bizcocho nos quedamos con el instinto. Pero no ése instinto del que tanto presumen las mujeres a la hora de elegir unos pantalones, zapatos o amantes dipsómanos; no. Hablo del empuje moral, del estímulo final del ego para no aceptar lo aceptable y desechar la realidad a gusto del consumidor, de la desconfianza que acaba en un gruñido de mala leche o en un taco malsonante. 



De pequeño me extrañaba que un ratón tuviera apellido y además dejara monedas bajo la almohada cuando me caía un diente, pero me rendía en la inevitable presencia del dinero. Como siempre el bocazas de turno del colegio, de ésos nunca falta, rompió el hechizo al contarme que a él, le caían billetes, no calderilla y que su ratón se apellidaba Botín. Son duros golpes en la consciencia de un niño de 7 años que te marcan para toda la vida. A partir de entonces no me creía nada.
Que la tierra es redonda.  ¡Que estupidez más enorme! La tierra es plana porque entonces la gente que vive en las antípodas caería sin remedio, y que no me vengan con la charanga de la gravedad, eso es un cuento de navidad para justificar el exceso de gasto de la Nasa. La tierra es plana, porque a mí me sale de las pelotas y punto.

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